Biografía de Alfonsina Storni
(29 de Mayo de 1892 - 25 de Octubre de 1938)
La familia Storni -el padre de Alfonsina y varios hermanos mayores-
llegó a la provincia de San Juan desde Lugano, Suiza, en 1880
. Fundaron
una pequeña empresa familiar, y años después,
las botellas de cerveza
etiquetadas «Cerveza Los Alpes, de Storni y Cía»,
circulan por toda la
región. Los padres de Alfonsina viajaron a Suiza
en el año 1891, junto
con sus dos pequeños hijos.
En 1892, el 29 de mayo, nació en Sala
Capriasca Alfonsina,
la tercera hija del matrimonio Storni. Llevó el
nombre del padre,
de un padre melancólico y raro. Más tarde le diría a
su amigo
Fermín Estrella Gutiérrez: «me llamaron Alfonsina,
que quiere
decir dispuesta a todo».
Alfonsina aprendió a hablar en italiano, y en 1896 vuelven a San
Juan,
de donde son sus primeros recuerdos. «Estoy en San Juan, tengo
cuatro años; me veo colorada, redonda, chatilla y fea.
Sentada en el
umbral de mi casa, muevo los labios como leyendo un libro
que tengo en
la mano y espío con el rabo del ojo el efecto que causo
en el
transeúnte. Unos primos me avergüenzan gritándome que tengo
el libro al
revés y corro a llorar detrás de la puerta».
En 1901, la familia se
trasladó nuevamente, esta vez a la ciudad de Rosario,
un próspero puerto
del litoral.
Paulina, la madre, abrió una pequeña escuela domiciliaria,
y pasa a
ser la cabeza de una familia numerosa, pobre y sin timón.
Instalaron el
«Café Suizo», cerca de la estación de tren, pero el proyecto
fracasó.
Alfonsina lavaba platos y atendía las mesas, a los diez años.
Las
mujeres comenzaron a trabajar de costureras. Alfonsina decide emplearse
como obrera en una fábrica de gorras. En 1907 llega a Rosario la
compañía
de Manuel Cordero, un director de teatro que recorría las
provincias.
Alfonsina reemplaza a una actriz que se enferma. Esto la
decide a
proponerle a su madre que le permita convertirse en actriz y
viajar
con la compañía. Recorre Santa Fe, Córdoba, Mendoza, Santiago del
Estero
y Tucumán. Después dirá que representó Espectros, de Ibsen, La
loca de la casa,
de Pérez Galdós, y Los muertos, de Florencio Sánchez.
En sus cartas al filólogo español don Julio Cejador
Alfonsina
resume algunos momentos de su vida. Refiriéndose a esta época,
le dirá:
«A los trece años estaba en el teatro. Este salto brusco, hijo de una
serie de
casualidades, tuvo una gran influencia sobre mi actividad
sensorial,
pues me puso en contacto con las mejores obras del teatro
contemporáneo y
clásico (…). Pero casi una niña y pareciendo ya una
mujer, la vida se
me hizo insoportable. Aquel ambiente me ahogaba. Torcí
rumbos…».
Luego, en un reportaje de la revista El Hogar, contará que al
regresar
escribió su primera obra de teatro, Un corazón valiente, de la
que no han quedado testimonios.
Cuando volvió a Rosario se encuentra con que su madre
se ha casado y
vive en Bustinza. La poeta decide estudiar la
carrera de maestra rural
en Coronda, y allí recibe su título profesional.
Gana un lugar
sobresaliente en la comunidad escolar, consigue un puesto de
maestra y
se vincula a dos revistas literarias, Mundo Rosarino
y Monos y Monadas.
Allí aparecen sus poemas durante todo ese año,
y si bien no hay
testimonio de ellos, sí sabemos de otros publicados
al año siguiente en
Mundo Argentino, y que tienen resonancias hispánicas.
Poeta en Buenos Aires
Al terminar el año de 1911, decide trasladarse a Buenos Aires.
«En
su maleta traía pobre y escasa ropa, unos libros de Darío y sus versos».
Así, con nostalgia, evoca su hijo Alejandro la llegada.
Pobre equipaje
para enfrentarse con una ciudad que estaba
abierta al mundo, con las
expectativas puestas en esa inmigración que
traería nuevas manos para
producir y nuevas formas de convivencia.
El nacimiento de su hijo
Alejandro, el 21 de abril de 1912, define en su vida
una actitud de
mujer que se enfrenta sola a sus decisiones.
Trabaja como cajera en la
tienda «A la ciudad de México»,
en Florida y Sarmiento. También en la
revista Caras y Caretas.
Su primer libro, La inquietud del rosal, publicado con grandes
dificultades económicas, apareció en 1916. En un homenaje al
novelista
Manuel Gálvez, por primera vez en Buenos Aires,
en esta clase de
reuniones, aparece Alfonsina recitando con aplomo
sus propios versos. En
junio de 1916, aparece en Mundo Argentino un
poema titulado «Versos
otoñales». Aunque los versos son apenas aceptables,
sorprende su
capacidad de mirarse por dentro, que por entonces no
era común en los
poetas de su generación.
Al mirar mis mejillas, que ayer estaban rojas
He sentido el otoño; sus achaques de viejo
Me han llenado de miedo; me ha contado el espejo
Que nieva en mis cabellos mientras caen las hojas.
Sus amigos los poetas modernistas
Amado Nervo, el poeta mejicano paladín del modernismo
junto con
Rubén Darío, publica sus poemas también en
Mundo Argentino, y esto da
una idea de lo que significaría
para ella, una muchacha desconocida, de
provincia, el haber llegado
hasta aquellas páginas. En 1919 Nervo llega a
la Argentina como
embajador de su país, y frecuenta las mismas
reuniones que Alfonsina.
Ella le dedica un ejemplar de La inquietud del
rosal, y lo llama en su
dedicatoria «poeta divino». Vinculada entonces a
lo mejor de la vanguardia
novecentista, que empezaba a declinar, en el
archivo de la Biblioteca
Nacional uruguaya hay cartas al uruguayo José
Enrique Rodó,
otro de los escritores principales de la época, modernista
autor de Ariel
y de Los motivos de Proteo, ambos libros pilares de una
interpretación
de la cultura americana. El uruguayo escribía, como ella,
en Caras y Caretas y era, junto con Julio Herrera y Reissig,
el jefe
indiscutido del nuevo pensamiento en el Uruguay.
Ambos contribuyeron a
esclarecer los lineamientos intelectuales americanos a
principios de
siglo, como lo hizo también Manuel Ugarte,
cuya amistad le llegó a
Alfonsina junto con la de José Ingenieros.
Su voluntad no la abandona, y sigue escribiendo. En mejores
condiciones
publica El dulce daño, en 1918. El 18 de abril de 1918 se le
ofrece una comida
en el restaurante Génova, de la calle Paraná y
Corrientes,
donde se reunía mensualmente el grupo de Nosotros, y en esa
oportunidad se
celebra la aparición de El dulce daño. Los oradores son
Roberto Giusti
y José Ingenieros, su gran amigo y protector, a veces su
médico.
Alfonsina se está reponiendo de la gran tensión nerviosa que la
obligó a dejar
momentáneamente su trabajo en la escuela, pero su
cansancio no le
impide disfrutar de la lectura de su «Nocturno», hecha
por Giusti,
en traducción al italiano de Folco Testena
También en 1918 Alfonsina recibe una medalla de miembro
del Comité
Argentino Pro Hogar de los Huérfanos Belgas,
junto con Alicia Moreau de
Justo y Enrique del Valle Iberlucea.
Años atrás, cuando empezó la
guerra, Alfonsina había aparecido como
concurrente a un acto en defensa
de Bélgica, con motivo de la invasión alemana.
Comienzan sus visitas a
la ciudad de Montevideo, donde hasta su muerte frecuentará
amigos
uruguayos. Juana de Ibarbourou lo contó años después de la muerte
de la
poetisa argentina: «En 1920 vino Alfonsina por primera vez a Montevideo.
Era joven y parecía alegre; por lo menos su conversación era
chispeante,
a veces muy aguda, a veces también sarcástica.
Levantó una
ola de admiración y simpatía… Un núcleo de lo más granado de la
sociedad
y de la gente intelectual la rodeó siguiéndola por todos lados.
Alfonsina, en ese momento, pudo sentirse un poco reina».
La amistad de Quiroga, el escritor de la selva
En 1922, Alfonsina ya frecuentaba la casa del pintor Emilio
Centurión,
de donde surgiría posteriormente el grupo Anaconda.
Allí
conoció, seguramente, al escritor uruguayo Horacio Quiroga,
que había
llegado de su refugio en San Ignacio, Misiones, durante el año 1916.
Su
personalidad debió atraer a Alfonsina. Un hombre marcado por el destino,
perseguido por los suicidios de seres queridos, que, además, se había
atrevido a exiliarse en Misiones, e intentado allí forjar un paraíso.
En
1922, era ya el autor de sus libros más importantes, Cuentos de la
selva,
Anaconda, El desierto. Vivía modestamente de sus colaboraciones
en diarios y
revistas y desempeñó un papel protagónico en el intento de
profesionalizar la
escritura. Alfonsina había publicado sus libros
Irremediablemente (1919) y
Languidez (1920).
La amistad con Quiroga fue la de dos seres distintos. Cuenta Norah
Lange
que en una de sus reuniones, adonde iban todos los escritores de
la época,
jugaron una tarde a las prendas. El juego consistió en que
Alfonsina y Horacio
besaran al mismo tiempo las caras de un reloj de
cadena,
sostenido por Horacio. Este, en un rápido ademán, escamoteó el
reloj
precisamente en el momento en que Alfonsina aproximaba a él sus
labios,
y todo terminó en un beso. Quiroga la nombra frecuentemente en
sus cartas,
sobre todo entre los años 1919 y 1922, y su mención la
destaca de
un grupo donde había no sólo otras mujeres sino también otras
escritoras.
Sin embargo, cuando Quiroga resuelve irse a Misiones en
1925,
Alfonsina no lo acompaña. Quiroga le pide que se vaya con él y
ella,
indecisa, consulta con su amigo el pintor Benito Quinquela Martín.
Aquél, hombre ordenado y sedentario, le dice: «¿Con ese loco? ¡No!».
Un nuevo camino para la poesía
En el año 1923, la revista Nosotros, que lideraba la difusión de la
nueva literatura
argentina, y con hábil manejo formaba la opinión de
los lectores,
publicó una encuesta, dirigida a los que constituyen «la
nueva generación literaria».
La pregunta está formulada sencillamente:
«¿Cuáles son los tres o cuatro poetas nuestros, mayores de treinta años,
que usted respeta más?».
Alfonsina Storni tenía en ese entonces treinta y un años recién
cumplidos,
es decir, que apenas bordeaba la cifra exigida para
constituirse en
«maestro de la nueva generación». Su libro Languidez, de
1920, había merecido
el Primer Premio Municipal de Poesía y el Segundo
Premio Nacional de Literatura,
lo que la colocaba muy por encima de sus
pares. Muchas de las respuestas
a la encuesta de Nosotros coinciden en
uno de los nombres: Alfonsina Storni.
Mil novecientos veinticinco fue el año de la publicación de Ocre,
un libro que marca un cambio decisivo en su poesía.
Desde hace dos años
es profesora de Lectura y declamación en la
Escuela Normal de Lenguas
Vivas, y su postura como escritora está
absolutamente afianzada entre el
público y sus iguales.
Por aquella época muere José Ingenieros, y esto
la deja un poco más sola.
Hasta la casa de la calle Cuba llega una tarde la chilena
Gabriela
Mistral. El encuentro debió ser importante para la chilena,
ya que
publicó su relato ese año en El Mercurio. Llamó por teléfono
a Alfonsina
antes de ir, y le impresionó gratamente su voz,
pero le habían dicho
que era fea y entonces esperaba una cara
que no congeniara con la voz.
Por eso cuando la puerta se abre
pregunta por Alfonsina, porque la
imagen contradice a la advertencia.
«Extraordinaria la cabeza, recuerda,
pero no por rasgos ingratos,
sino por un cabello enteramente plateado,
que hace el marco de un rostro
de veinticinco años». Insiste: «Cabello
más hermoso no he visto,
es extraño como lo fuera la luz de la luna a
mediodía. Era dorado, y alguna
dulzura rubia quedaba todavía en los
gajos blancos.
El ojo azul, la empinada nariz francesa, muy graciosa, y
la piel rosada,
le dan alguna cosa infantil que desmiente la
conversación sagaz y
de mujer madura». La chilena queda impresionada por
su sencillez,
por su sobriedad, por su escasa manifestación de
emotividad,
por su profundidad sin trascendentalismos. Y sobretodo por
su
información, propia de una mujer de gran ciudad, «que ha pasado
tocándolo todo e incorporándoselo» (1).
El 20 de marzo de 1927 se estrena su obra de teatro, que despertaba
las
expectativas del público y de la crítica. El día del estreno
asistió
el presidente Alvear con su esposa, Regina Pacini. Al día
siguiente
la crítica se ensañó con la obra, y a los tres días tuvo que
bajar de cartel.
El diario Crítica tituló «Alfonsina Storni dará al
teatro nacional obras
interesantes cuando la escena le revele nuevos e
importantes secretos».
La escritora se sintió muy dolida por su fracaso,
y trató de explicarlo
atribuyéndole la culpa al director y a los
actores.
Años de equilibrio
Alfonsina intervino en la creación de la Sociedad Argentina de
Escritores
y su participación en el gremialismo literario fue intensa.
En 1928 viajó a España en compañía de la actriz Blanca de la Vega,
y
repitió su viaje en 1931, en compañía de su hijo. Allí conoció a otras
mujeres
escritoras, y la poeta Concha Méndez le dedica algunos poemas.
En 1932, publicó sus Dos farsas pirotécnicas: Cimbelina y Polixene y la
cocinerita. Está tranquila, colabora en el diario Crítica y en La
Nación;
sus clases de teatro son la rutina diaria, y su rostro empieza a
cambiar.
Las canas cubren su cabeza y le dan un aire diferente.
En 1931, el Intendente Municipal nombró a Alfonsina jurado y es la
primera
vez que ese nombramiento recae en una mujer.
Alfonsina se alegra
de que comiencen a ser reconocidas las virtudes que la
mujer,
esforzadamente, demuestra. «La civilización borra cada vez más las
diferencias de sexo, porque levanta a hombre y mujer a seres
pensantes y
mezcla en aquel ápice lo que parecieran características
propias de cada
sexo y que no eran más que estados de insuficiencia mental.
Como
afirmación de esta limpia verdad, la Intendencia de Buenos Aires
declara, en su ciudad, noble la condición femenina»,
afirma Alfonsina en
un diario al referirse a su designación.
En la Peña del café Tortoni conoció a Federico García Lorca,
durante la
permanencia del poeta en Buenos Aires entre octubre de 1933 y
febrero de 1934. Le dedicó un poema, «Retrato de García Lorca»,
publicado luego en Mundo de siete pozos (1934). Allí dice:
«Irrumpe un
griego /por sus ojos distantes (…).
Salta su garganta /hacia afuera
/pidiendo /la navaja lunada /
aguas filosas (…). Dejad volar la cabeza,
/la cabeza sola
/herida de hondas marinas /negras…».
El 20 de mayo de 1935 Alfonsina fue operada de un cáncer de mama.
En 1936 se suicida Horacio Quiroga y ella le dedicó un poema
de versos conmovedores y que presagian su propio final:
Morir como tú, Horacio, en tus cabales,
Y así como en tus cuentos, no está mal;
Un rayo a tiempo y se acabó la feria…
Allá dirán.
Más pudre el miedo, Horacio, que la muerte
Que a las espaldas va.
Bebiste bien, que luego sonreías…
Allá dirán.
El final
El veintiséis de enero de 1938, en Colonia, Uruguay, Alfonsina
recibe una
invitación importante. El Ministerio de Instrucción Pública
ha
organizado un acto que reunirá a las tres grandes poetisas americanas
del momento, en una reunión sin precedentes: Alfonsina, Juana de
Ibarbourou
y Gabriela Mistral. La invitación pide
«que haga en público
la confesión de su forma y manera de crear».
Tiene que prepararse en un
día y, llena de entusiasmo,
escribe su conferencia sobre una valija que
ha puesto
en las rodillas. Divertida, encuentra un título que le
parece
muy adecuado: «Entre un par de maletas a medio abrir
y las mancillas del
reloj».
Hacia mitad de año apareció Mascarilla y trébol y una Antología
poética con sus poemas preferidos. Los meses que siguen fueron de
incertidumbre y temor por la renuencia de la enfermedad.
El 23 de
octubre viajó a Mar del Plata y hacia la una de la madrugada del
martes
veinticinco Alfonsina abandonó su habitación
y se dirigió al mar. Esa
mañana, dos obreros descubrieron el cadáver en la playa.
A la tarde, los
diarios titulaban sus ediciones con la noticia:
«Ha muerto trágicamente
Alfonsina Storni, gran poetisa de América».
A su entierro asistieron
los escritores y artistas Enrique Larreta,
Ricardo Rojas, Enrique
Banchs, Arturo Capdevila, Manuel Gálvez,
Baldomero Fernández Moreno,
Oliverio Girondo, Eduardo Mallea,
Alejandro Sirio, Augusto Riganelli,
Carlos Obligado, Atilio Chiappori,
Horacio Rega Molina, Pedro M.
Obligado, Amado Villar,
Leopoldo Marechal, Centurión, Pascual de
Rogatis, López Buchardo.
El 21 de noviembre de 1938, el Senado de la Nación rindió
homenaje a
la poeta en las palabras del senador socialista Alfredo Palacios. Este
dijo:
«Nuestro progreso material asombra a propios y extraños.
Hemos
construido urbes inmensas. Centenares de millones
de cabezas de ganado
pacen en la inmensurable
planicie argentina, la más fecunda de la
tierra;
pero frecuentemente subordinamos los valores del espíritu
a los
valores utilitarios y no hemos conseguido,
con toda nuestra riqueza,
crear una atmósfera propicia
donde puede prosperar esa planta delicada
que es un
poeta».
Lidia Rosa: hoy es martes y hace frío. En tu casa, De piedra gris, tú duermes tu sueño en un costado De la ciudad. ¿Aún guardas tu pecho
enamorado, Ya que de amor moriste? Te diré lo que pasa:
El hombre que adorabas, de grises ojos crueles, En la tarde de otoño fuma su cigarrillo. Detrás de los cristales mira el cielo amarillo Y la calle en que vuelan desteñidos papeles.
Toma un libro, se acerca a la apagada estufa, En el tomacorriente al sentarse la
enchufa Y sólo se oye un ruido de papel desgarrado.
Las cinco. Tú caías a esta hora en su pecho, Y acaso te recuerda... Pero su blando lecho Ya tiene el hueco tibio de otro cuerpo rosado.
Hombre Pequeñito
Hombre pequeñito, hombre pequeñito,
suelta a tu canario que quiere volar.
Yo soy tu canario, hombre pequeñito,
déjame saltar.
Estuve en tu jaula, hombre pequeñito,
hombre pequeñito que jaula me das.
Digo pequeñito porque no me entiendes
ni me entenderás.
Tampoco te entiendo, pero mientras tanto
ábreme la jaula, que quiero escapar;
hombre pequeñito, te amé media hora,
no me pidas más.
Alfonsina Storni
La Jaula
Quién soy sola de mí para
violarme con verdades ajenas
si aún las propias no han sido
deslindadas.
Quién se interna en
la palma de mis manos
luego de cercenarlas.
Quién me vacía huye
y no regresa sin
despojarme de la amarra.
Quién seduce mi cólera
penitencia incendiada.
Me atrevo a liberar
en mis arterias los
ángeles salvajes que
fueron propiedad
natal del alba.
Enclaustrada
en una libertad que me
condena a su sed cavernaria
abruman las respuestas.
Entreabro la jaula.
Alfonsina Storni Poema para mi Madre
No las grandes verdades yo te pregunto, que
No las contestarías; solamente investigo
Si, cuándo me gestaste, fue la luna testigo,
Por los oscuros patios en flor, paseándose.
Y si, cuándo en tu seno de fervores latinos
Yo escuchando dormía, un ronco mar sonoro
Te adormeció las noches, y miraste, en el oro
Del crepúsculo, hundirse los pájaros marinos.
Porque mi alma es toda fantástica, viajera,
Y la envuelve una nube de locura ligera
Cuándo la luna nueva sube al cielo azulino.
Y gusta, si el mar abré sus fuertes pebeteros.
Arrullada en un claro cantar de marineros
Mirar las grandes aves que pasan sin destino.
Otros Poemas y Obras de
Alfonsina Storni
La Inquietud del Rosal, Ocre, El Silencio,
Epitafio Para Mi Tumba, Mundo de Siete Pozos,
Hombre Pequeñito, El Dulce Daño, Naturaleza Mía,
Poemas de Amor, Mascarilla y Trébol,
Antología Poética, El Pensador de Rodin,
Un Cementerio Que Mira al Mar, El canal,
Regreso En Sueños, Naturaleza Mía,
Mundo de Siete Pozos, Plaza en Invierno,
Sugestion de Una Cuna Vacía
Eres maravillosa, Alfonsina !
Eres maravilosa, inigualáble,
poetisa de amor con
sangre viva...
Has tenido el milágro de amar y
ser artista, en todo lo escrito
y realizado..... Mujer con coráje,
llánto vivo!
No supieron alcanzar, ni ver
tu alma..... Yo, que no soy nadie, te idolatro, venero tu memoria al infinito 6-4-08
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