EL ABUELO
Merequetengue, merequetengue!
-decía el abuelo apretándonos las orejas
con sus dedos
índice y mayor en forma de tijeras, tuerto de lo
que estábamos haciendo, con el
propósito de distraernos de nuestras
ocupaciones en la casa.
Los domingos cada cual tenía que ordenar
su cuarto, los juguetes del patio y el palomar
en la terraza debía limpiarse,
“ya que tienen la manía de tener esos bichos,
encárguense”
decía mamá, que no
le gustaban las palomas porque según ella,
traían mala suerte.
Se armaba una barahúnda nacional, si al llegar el
mediodía no lo teníamos brillante
como una
cristalería.
Ella trabajaba toda la semana junto a papá
y ese era el día de limpieza general.
Pero dentro de ese mecanismo el abuelo
funcionaba
de manera distinta, aparecía de
repente con alguna broma, o con algún dicho
o adivinanza que teníamos que descifrar.
“alto alto como un pino pesa menos que
un comino”
Nadie tenía muchas ganas de atenderlo,
pero el insistía en actuar, como un
sonajero a la hora de cumplir con el
deber,
que nos iba habilitar salir a la tarde a
jugar a la pelota..
La abuela rezongaba..-
”deja de
molestar.
Hasta le disparaba un chorro con el sifón si
tenía alguno a mano.
El abuelo decía que ella siempre tenía cerca
un sifón
desde aquella vez que le
habíamos prendido fuego a su pollera
con una vela, tratando de quemarle
una hormiga
que se le
trepaba mientras lavaba en la tabla
de la pileta del patio
Desde ese día tuvimos que poner
“las barbas en remojo”
al decir del abuelo, y aunque
no sabíamos muy bien que nos quería
decir con eso
era para que escarmentáramos, cosa
que tampoco entendíamos.
Después de algún llanto,
emergía como un submarino digitando el
ánimo del ambiente, cantando un antiguo vals:
“Flores divinas,
botón de rosas, sol de mañana primaveral,
de mi ventana te veo hermosa, de tu ventana
como serás”
O aquél terrible tango que al escuchar las
primeras estrofas, mamá protestaba
pidiéndole que se calle:
“En un lúgubre hospital,
donde se hallaba internado
casi agónico y rodeado
de un silencio sepulcral”
Esto solía cantarlo
después de
alguna pelea con mis hermanos.
Nos retorcía las tripas
y hervíamos como caldera con su buen
humor
insoportable.
Una tarde de verano lo encontramos dormido
en el sillón del patio.
Nuestra perra
Pina
le mordisqueaba el pantalón a la altura
del tobillo.
Desatamos la soga de tender del poste y
con
una cinta le sujetamos la gorra que le
tapaba la luz que se escurría en las hojas
del parral.
Nos pusimos a esperar a que
despierte.
Mis hermanos uno a
uno, fueron perdiendo la
paciencia y me quedé solo en la
espera observándolo.
Respiraba tranquilo, dormía con placer.
Recorrí con mi mirada su piel ajada.
Sus manos.
Me detuve en sus manos, blancas y suaves
como la tecla de un piano.
Lo miraba como si nunca lo hubiera
hecho,
hasta me pareció por un momento un
desconocido con el que había convivido
mi niñez.
Me acerqué despacito para que no se despertara;
redescubrí cada rugosidad y cada
pliegue de su piel.;
desaté el nudo de su gorra muy lentamente, y
le di un beso en la
punta de su gran
nariz.
Sus ojos se abrieron de pronto.
Como en un apagón....
Autor: Jorge Labaig
Gracias amigo tus cuentos son atrapadores...
Nuestros abuelos, son grandes tesoros de sabiduria, que a veces dejamos pasar sin voltear siquiera a verlos, sin preguntar si necesitan algo, son nuestros ancianos, seres humanos, que por su misma entrega y enseñanza merecen vivir felices
Benditos los que son capaces de comprender que me tiembla el pulso y que mis pasos son lentos y vacilantes.Benditos los que se acuerdan de que mis oídos ya no oyen bien y que a veces no entiendo todo.
Benditos los que saben que mis ojos ya no ven bien, y no se impacientan
cuando se me cae algo de las manos y se rompe.
Benditos los que no se avergüenzan de mi torpeza al comer y me hacen un lugar en la mesa familiar.
Benditos los que me escuchan aunque les cuente mil veces el mismo cuento, o los
mismos recuerdos de mi juventud.
Benditos los que no me hacen sentir de más y me demuestran su afecto con delicadeza y respeto.
Benditos los que encuentran tiempo para estar a mi lado y enjugar mis lágrimas.
Benditos los que me tiendan su mano cuando me llegue la noche y deba presentarme ante Dios.
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BESO TIBIO
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