lunes, 19 de noviembre de 2012

EL ABUELO (CUENTO)




"El abrazo que una abuelita espera"


EL ABUELO

Merequetengue, merequetengue!
-decía el abuelo apretándonos las orejas
con sus dedos

índice y mayor en forma de tijeras, tuerto de lo
que estábamos haciendo,  con el

propósito de distraernos de nuestras
 ocupaciones en la casa.
 
 Los domingos cada cual tenía que ordenar
su cuarto, los juguetes del patio y el palomar

en la terraza debía limpiarse,

“ya que  tienen la manía de tener esos bichos,
 encárguense”
decía mamá, que no

le gustaban las palomas porque según ella,
 traían mala suerte.

Se armaba una barahúnda nacional, si al llegar el
 mediodía no lo teníamos brillante

como una cristalería.

Ella trabajaba toda la semana junto a papá
 y ese era el día de limpieza general.

Pero dentro de ese mecanismo el abuelo
funcionaba
 de manera distinta,  aparecía de

repente con alguna broma, o con algún dicho
 o adivinanza que teníamos que descifrar.

“alto alto como un pino pesa menos que
un comino”

Nadie tenía muchas ganas de atenderlo,
 pero el insistía en actuar, como un
sonajero a la hora de cumplir con el deber,

 que nos iba  habilitar salir a la tarde a
jugar a la pelota..

La abuela  rezongaba..-
”deja de molestar.
 Hasta le disparaba un chorro con el sifón si

tenía alguno a mano.

El abuelo  decía que ella siempre tenía cerca
un sifón
 desde aquella vez que  le

habíamos prendido fuego a su pollera 
con una vela, tratando de quemarle
una hormiga

que se le trepaba mientras lavaba en la tabla 
 de la pileta del patio

Desde ese día tuvimos que poner 
“las barbas en remojo”  
 al decir del abuelo, y aunque

no sabíamos muy bien que nos quería
decir con eso
 era para que escarmentáramos, cosa

que tampoco entendíamos.

Después de algún llanto, 
 emergía como un submarino digitando el
  ánimo del ambiente, cantando un antiguo vals:

“Flores divinas,
botón de rosas, sol de mañana primaveral,
de mi ventana te veo hermosa, de tu ventana
como serás”

O aquél terrible tango que al escuchar  las
 primeras estrofas, mamá protestaba

pidiéndole que se calle:

“En un lúgubre hospital,
donde se hallaba internado
casi agónico y rodeado
de un silencio sepulcral”

Esto solía cantarlo 
  después de alguna  pelea con mis hermanos. 
Nos retorcía las tripas

y hervíamos como caldera con  su buen
 humor insoportable.

Una tarde de verano  lo encontramos dormido
 en el sillón del patio. 
Nuestra perra Pina

le mordisqueaba el pantalón a la altura
del tobillo.

Desatamos la soga de tender del poste y con
 una cinta le sujetamos la gorra que le

tapaba la luz que se escurría en las hojas
del parral.
 Nos pusimos a esperar a que

despierte.
 Mis hermanos uno a uno, fueron perdiendo la
 paciencia y me quedé solo en la

espera observándolo.

Respiraba tranquilo, dormía con placer.
 Recorrí con mi mirada su piel ajada.
 Sus manos.

Me detuve en sus manos, blancas y suaves
como la  tecla de un piano.

Lo miraba como si nunca lo hubiera hecho,
 hasta me pareció por un momento un

desconocido con el que había convivido
  mi niñez.

Me acerqué despacito para que no se despertara;
 redescubrí cada rugosidad y cada

pliegue de su piel.;
 desaté el nudo de su gorra muy lentamente, y 
 le di un beso en la

punta de su gran nariz.

Sus ojos se abrieron de pronto.
 Como en un apagón....

Autor: Jorge Labaig


Foto: “Ama como algo natural, tal y como respiras. Y cuando ames a alguien, no exijas; si no desde el principio mismo estarás cerrando las puertas. No tengas ninguna expectativa. Si algo aparece en tu camino, agradécelo. Si nada viene, no es necesario que venga, no lo
 necesitas.”




Gracias amigo tus
cuentos son atrapadores...

Nuestros abuelos, son grandes tesoros
de sabiduria, que a veces dejamos
pasar sin voltear siquiera a verlos,
sin preguntar si necesitan algo, son
nuestros ancianos, seres humanos,
que por su misma entrega y enseñanza
merecen vivir felices



Benditos los que son capaces de comprender que me tiembla el pulso y que mis pasos son lentos y vacilantes.Benditos los que se acuerdan de que mis oídos ya no oyen bien y que a veces no entiendo todo.
Benditos los que saben que mis ojos ya no ven bien, y no se impacientan cuando se me cae algo de las manos y se rompe.
Benditos los que no se avergüenzan de mi torpeza al comer y me hacen un lugar en la mesa familiar.
Benditos los que me escuchan aunque les cuente mil veces el mismo cuento, o los mismos recuerdos de mi juventud.
Benditos los que no me hacen sentir de más y me demuestran su afecto con delicadeza y respeto.
Benditos los que encuentran tiempo para estar a mi lado y enjugar mis lágrimas.
Benditos los que me tiendan su mano cuando me llegue la noche y deba presentarme ante Dios.

BESO TIBIO









 









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